viernes, 23 de enero de 2009

LA ANTIGUA NOVIA
© Ramón Marzal
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                        LA ANTIGUA NOVIA


            Tan pronto como entró en la cafetería la vio. Estaba sola en una mesa junto al ventanal que daba a la calle. Sentada, no se notaba mucho, pero parecía esbelta y de porte elegante. Santiago nunca había entrado en aquel café, ni siquiera pasaba a menudo por allí, sólo cuando iba al Registro. Aquella tarde, había tenido que hacer unas gestiones cerca, y se le ocurrió entrar a tomarse su acostumbrado café. Por lo general, lo hacía en la barra, rápidamente, sin dilaciones, pero en esta ocasión instintivamente se dirigió hacia una mesa libre que había junto a la mujer. A medida que se acercaba tuvo ocasión de verla mejor. Vestía un traje de chaqueta azul oscuro y llevaba el pelo corto de un color castaño claro. Se sentó, dejó el portafolios en otra silla y esperó a que se acercase el camarero; cuando llegó le pidió un café. De soslayo miró a la mujer. Debía de tener algo más de los 50 años, quiso adivinar. Había restos de hermosura que aun conservaba. Ella estaba tomándose un café, y se puso a hojear una revista que llevaba. Por un instante le pareció que le recordaba a alguien, pero no pudo precisar. Se sintió intrigado y tuvo el impulso de volver la cabeza para mirarla directamente, pero se contuvo. Quizá ella se daría cuenta y entonces él, sin duda, se sentiría incómodo. Sin embargo, no paraba de darle vueltas a la cabeza. Volvió a mirar con disimulo. Aquel corte de cara, aquella nariz un poco respingona, pensaba. De repente creyó recordar a Piluca una antigua novia de quien estuvo enamorado a sus 20 años. Sonrió en su interior, y vinieron a su memoria pasajes de aquellos dos años que pasó con ella. Se aventuró a volver la cabeza para mirarla más directamente. La mujer parecía seguir absorta en su lectura. De pronto, ella se volvió y sus miradas se cruzaron durante unos instantes. Santiago se sintió algo azorado y desvió la mirada. Sí, era ella pensó, sin embargo sus ojos no los recordaba así y el cabello, tampoco, pero claro, el cabello ya se sabe, pensó. En aquel momento el teléfono móvil de la mujer sonó y ella contestó.
             Llegó el camarero con el café y Santiago permaneció escuchando, intentando averiguar donde había oído antes aquel timbre de voz. La conversación fue corta, anodina, sin efusión; se notaba que era de trabajo. Por fin, la creyó reconocer, y ya sin tapujos, cuando ella acabó la conversación, se dirigió a la mujer:
             –Disculpe. ¿Piluca?
            La mujer intensificó su mirada, no molesta, pero si intrigada, y él, señalándole con el dedo, insistió.
             –¿Piluca Almenar?
            Entonces la mujer pareció sonreír ligeramente y, tras unos instantes, contestó con cierta vacilación:
             –¡Ajá!
             –Ya veo que no te acuerdas de mí –dijo Santiago ya con más seguridad–. Soy Santi Navarro. Hace muchos años que no nos hemos visto. Entonces, éramos muy buenos amigos.
             –¡Vaya! –exclamó la mujer tras unos instantes de vacilación–. La verdad es que no te hubiera conocido después de todos estos años. Aunque, ahora que me fijo, no has cambiado mucho.
             –Tú, en cambio, si que has cambiado, a mejor por supuesto.
             –Gracias por el cumplido –dijo ella halagada.
             –Al principio, ¿sabes?, cuando te he visto, dudaba. Creo recordar que entonces llevabas el pelo largo y moreno, y los ojos, yo los recordaba de color algo más oscuros –continuó, como intentando recordar viejos tiempos.
             –No te puedes imaginar lo que halaga mi ego femenino saber que me has recordado. Fue una pena que dejásemos de vernos.
             –Permíteme que te recuerde que fuiste tú quien cortó –dijo él como con reproche aunque sin rencor, y continuó. –No crees que debiéramos sincerarnos y reconocer que fuimos algo más que buenos amigos–. Y la miró a los ojos esperando ver la reacción de la mujer.
             Ella se sonrojó levemente. Luego como abstraída dijo:
             –¿Cuántos años tenía yo entonces?
             –Veintitrés, creo recordar.
             –Ha pasado mucho tiempo –dijo ella, y Santiago creyó notar cierta nostalgia en sus palabras.
             –Sí. Más de 30 años.
             –Fíjate. Posiblemente, ninguno de los dos sabía lo que hacíamos.
             –¿Esperas a alguien?
             –No, estoy sola.
             –¿Te importa que me ponga ahí? –preguntó él señalando su mesa.
             –Por favor –dijo ella con un signo de invitación.
             El hombre se levantó, y cambió de mesa su servicio del café. Luego se colocó en una silla enfrente a ella.
             Santiago estaba haciendo un gran esfuerzo para recordar, después de tantos años, su relación con Piluca, como la llamaba él. Sufrió enormemente cuando ella le dejó, y, después, él no hizo ninguna mención de volver a verla. Aun con gran pesar, prefirió dejar cancelado todo definitivamente. En alguna ocasión, había pensado si ella no habría estado esperando alguna reacción por parte de él, o un nuevo intento de volver, pero se sentía muy herido con la ruptura por parte de ella, y su amor propio se lo impidió.
             –Y en cuanto al pelo –continuó la mujer–, tienes razón. Por entonces era más largo y moreno, pero ya sabes con el tiempo, tienes que hacer algo para cambiar de look, y que se note lo menos posible el paso de los años.
             –Pues aunque parezca mentira, sí han pasado. Ya nada es igual –dijo él como con añoranza.
             –Bueno, para ti, no parece que hayan transcurrido. Si acaso, un poco menos de pelo –dijo mirándole la cabeza mientras sonreía-, pero sigues siendo tan agradable como entonces. Yo diría que ahora, con el paso de los años, te encuentro más interesante. Pero cuéntame ¿qué ha sido de ti en todo este tiempo?
             –Poca cosa. Terminé la carrera y tuve ocasión de colocarme con un conocido abogado. Algunos años más tarde, con dos abogados más, compañeros de promoción, montamos bufete propio, y allí estoy desde entonces. No me puedo quejar.
             –¿Te casaste?
             –Sí, tuvimos dos hijos, pero hace unos años mi esposa murió en accidente cuando iba a reunirse conmigo en un Congreso que se celebraba en Madrid. Ahora, estoy solo. Mis hijos están fuera: el mayor trabajando en Valencia y el pequeño, haciendo un Master en Alemania. Yo todavía no me he repuesto del todo, por lo que me encerré en el trabajo, y sigo como puedo.
             –Lo siento muchísimo –dijo ella visiblemente afectada.
             –Y tú ¿te casaste? –quiso saber Santiago.
             –Sí, me casé, pero no me fue nada bien. No tuvimos hijos, y a los diez años terminamos separándonos. Cosas de la vida. Yo al contrario que tú, afortunadamente, me he repuesto totalmente.
             –Tus padres ¿viven todavía? Creo que a tu padre no le caía yo muy bien. No me lo llegaste a presentar, pero él me conocía. Aunque no llegué nunca a saber mucho de tu familia.
             –Mi padre murió hace unos diez años y mi madre el año pasado.
             –Lo siento. ¿Te acuerdas de aquel viaje de fin de curso a París? –quiso recordarle Santiago cambiando de tema.
             –Fue bonito –dijo ella simplemente.
             –La verdad es que aquella noche, cuando me presenté en tu habitación del hotel con mis veladas pretensiones, creo que hice un poco el ridículo, ¿no? Hiciste bien rechazándome –dijo él sonriendo.
             –Pero te portaste como un caballero. Con el tiempo, me alegré de que no hubieses insistido, porque a lo mejor... ¿Tú te arrepientes ahora de algo?
             –Cuando uno es joven, siempre hay algo de lo que arrepentirse. Pero, afortunadamente, de nada nos tuvimos que avergonzar. De todas las maneras eran otros tiempos. Recuerdo cuando íbamos al cine y pedíamos la última fila. Al final, la mayoría de las veces se perdía algún beso furtivo. Tú siempre te enfadabas.
             –Eso pretendía que creyeses –dijo ella divertida.
             –Mira de cuantas cosas me tengo que enterar al cabo de los años.
            Santiago puso su mano encima de la de la mujer, pero al instante la retiró. Ella se dio cuenta de la acción. Sonrió y luego continuó.
             –Éramos jóvenes y ya sabes. Los jóvenes por entonces... ¡Huy! –exclamó mirándose el reloj–. Se me ha hecho muy tarde y debo irme. Si me das tu teléfono, me gustaría llamarte y poder volver a vernos para recordar aquellos años y hablar de nosotros. Creo que entonces lo deberíamos haber hecho más. Pero el tiempo lo dedicábamos a otras cosas –dijo ella sonriendo.
             Santiago, sacó del portafolios una tarjeta y se la tendió cuando la mujer ya se levantaba. Ella la miró, se la guardó en el bolso y le dijo:
             –Seguro que te llamaré, y pronto. Si no te importa.
             –Será un verdadero placer; de verdad. Estaré esperando tu llamada. Me he alegrado mucho de volverte a ver después de tantos años –dijo él levantándose para despedirla.
             Ella le besó en la mejilla y salió de la cafetería.

             Ya en la calle, la mujer tomó un taxi y dio una orden al taxista. Refirmada en el asiento, reflexionó sobre lo sucedido.
             –Es muy agradable y parece sincero -se dijo-, pero cuando le llame, ¿cómo le digo que no soy Piluca y que no le conozco de nada?



(El anterior cuento es parte integrante del volumen II de "AL COMPAS DE LA ILUSION" Está inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual y queda prohibida su reproduccion total o parcial)

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