lunes, 23 de noviembre de 2009

EL HOYUELO






   


                 Margarita salió al porche llevando una bandeja con cuatro tazas para café y un plato de dulces. Se acercó a un grupo de tres mujeres que estaban sentadas alrededor de una sencilla mesa de jardín, donde previamente había extendido un mantel de alegres flores estampadas. Las tres mujeres eran amigas, y habían estado hablando, más bien cotilleando, acerca de su anfitriona. Una de ellas, la que parecía de más edad, se levantó para ayudarla.
              –Decíamos –le comentó– que desde que has vuelto, no parece que te afecte tanto vivir sola. Te han sentado muy bien estos dos años de tu trabajo en Madrid.
              –Pues sí, Mónica. Fueron meses muy angustiosos y me encontré muy abatida, pero me refugié en mi trabajo, y ahora estoy feliz –dijo Margarita.
              –La verdad es que nos sorprendió mucho que aceptases tan de repente aquel destino –intervino otra de las amigas– aunque siempre supusimos que era provisional, y que terminarías volviendo.

              Las cuatro jóvenes trabajaban desde hacía unos años en una Compañía de Seguros. Mónica era la secretaria y las otras dos, Paula y Mari Pili, junto con Margarita, se dedicaban a las tasaciones. Hacía dos años que Margarita había solicitado su traslado a la oficina central de Madrid, por cuestiones personales, dijo, y a partir de entonces, los pocos contactos que había tenido con sus tres compañeras habían sido telefónicos. Ahora, hacía pocos meses que había regresado a ocupar su antiguo puesto, y había convidado a sus tres amigas a pasar la tarde de aquel fin de semana en una casa con jardín que ocupaba en una urbanización cercana. La tercera de las amigas, Mari Pili, que aún no había hablado, se atrevió a entrar en la conversación.

              –Habrás hecho muchas amistades allí, supongo. ¿No? Y de hombres, ¿qué? Algún compañero habrá habido –dijo mientras la anfitriona volvía a entrar en la casa.
              –Mujer –dijo Paula bajando la voz–, ya sabes que Margarita no es de esas. Antes de irse hacía vida casi de monja. Lo único que salía era para ir al convento de las Descalzas para ayudar en el comedor social y a misa los domingos.
              –Yo –intervino la secretaria– jamás la he visto interesándose por ningún hombre y eso que no le ha faltado simpatía. Yo creo que en el fondo es muy exigente.
              –O ha habido en su vida un amor imposible, y no ha querido fijarse en otro –intervino Mari Pili.
              En aquel momento, Margarita volvió a salir al porche.
              –El café ya casi está listo –dijo, y colocó el azucarero y unas primorosas servilletas encima de la mesa.
              –¿Sabéis que el otro día me encontré con Javier? –dijo Paula. Hacía tiempo que no le había visto. Salía yo de hacer un peritaje cuando me topé con él. Por cierto que cada día está más atractivo. Hay un no sé que en su semblante que le hace muy interesante. Quizá sean esos ojos claros como los tuyos –dijo dirigiéndose a Margarita–, o quizá ese gracioso hoyuelo en el mentón. Hubo una temporada en que nos parecía que estaba coladito por ti.
              –Por cierto, la otra noche os vi que salíais del teatro, y por lo que pude ver no creo que os encontraseis por casualidad –dijo imprudente Mari Pili.
              Las otras dos amigas se miraron sorprendidas. No parecían saber nada.
              –¡Pero, Margarita! Acaso... A ver. Cuenta, cuenta –se interesaron todas ellas.
              –Yo los vi bastante acaramelados –dijo Mari Pili con maliciosa risa–, y hasta me pareció notar cierta intimidad. 
              Margarita se sintió ruborizar, y se levantó para ir a por el café mientras decía:
              –Lógico... Es mi marido.
              En el grupo de las tres amigas se hizo el silencio, y se miraron con un signo de interrogación a la vez que de asombro. Luego, como movidas por un resorte, se levantaron y se apresuraron a seguir a Margarita hasta la cocina donde ya el café empezaba a borbotear en la cafetera.
              –¿Quieres explicarnos mejor lo que has dicho? –dijo Mónica.
              –Tú no nos gastarías esa broma. ¿Verdad? –exclamó Paula.
Y al ver que Margarita no respondía y seguía retirando el café, la secretaria intervino.
              –Margarita, ¿tienes que contarnos algo?
              Margarita se sintió algo azorada. Pensó que debería haberse callado, pero ya no había remedio. Tenía que contárselo a sus amigas.
              –Si, vamos –dijo cogiendo la cafetera, y salió al porche. Las otras tres la siguieron y no le dieron tiempo de verter el café en las tazas.
              –Cuenta, hija, nos tienes sobre ascuas –decía la secretaria.
              Una vez terminó de servir el café, Margarita se sentó en una silla. Se sirvió dos tormos de azúcar. Las tres amigas estaban expectantes.
              –Ocurrió hace dos años antes del traslado a Madrid –empezó–. Una noche terminé muy tarde de hacer una tasación en una finca de la Urbanización de la Misericordia. Cuando salí, ya en el camino de acceso a la carretera general, iba a subir al coche cuando alguien me agarró por detrás y me introdujo dentro a la fuerza. 
              Margarita calló, y al recordar aquella noche sus ojos se nublaron.
              –Fue horroroso –dijo y rompió a llorar. Cuando se serenó un poco, continuó contándoles lo sucedido. Las tres amigas estaban mudas por lo que estaban oyendo. Ninguna podía reaccionar.
              –No sé cuanto tiempo transcurrió desde que el hombre me dejó –dijo Margarita–. Cuando pude levantarme, no tenía ni voz ni lágrimas, y era incapaz de dar un paso. Después de un rato, no sé cuanto, me arrastré como pude hasta la primera casa de la urbanización, y allí llamaron por teléfono. Al poco llegó un coche de la policía y me llevaron al hospital. Permanecí allí varias horas mientras me hacían un reconocimiento y la policía me tomaba una primera declaración. En algún momento, me dejaron sola en la habitación. La puerta estaba entreabierta y entonces sucedió.

            Margarita calló unos momentos y se limpio los ojos llorosos con una servilleta de papel. Las tres amigas la rodeaban. Luego continuó:
            -Javier pasó por delante de la habitación, y me vio a través de la puerta. Se quedó extrañado de verme así, y entró. Yo me di cuenta de que estaba allí cuando ya lo tuve junto a mí poniéndome una mano encima del hombro y me decía sobresaltado:
             -¿Pero qué ha pasado?
            -A mí, se me cayó el mundo encima. No quería que nadie se enterase, pero tal como me vio no estaba en condiciones en ocultarle nada. Él tenía una pequeña herida en la frente debido a un accidente sin mucha importancia en casa, y tuvo que ir a que le diesen unos puntos de sutura en la herida. Permanecí allí hasta que nuevamente llegó la policía para llevarme a hacer la declaración. Javier se negó a dejarme sola, y me acompañó a la comisaría. Me tomaron declaración en privado e, incluso, me preguntaron por aquel hombre que me había acompañado. Dejé claro que era un buen amigo en quien confiaba, y que me había encontrado en el hospital por casualidad. Luego me enteré de que a él también le tomaron declaración. Ya de madrugada volví a mi casa. Él me acompañó hasta la puerta y me dijo que me llamaría al día siguiente. Por la mañana no fui a trabajar. Alegué una indisposición y permanecí tres días sin salir de casa. No quise siquiera coger el teléfono, a pesar de que Javier me llamó en repetidas ocasiones. Aquel fin de semana al ver que tampoco había ido al trabajo vino a verme a casa. Estuvo mucho tiempo haciéndome compañía. Se portó muy bien. Yo tenía mucha confianza en él, pero a partir de entonces creo que me empecé a interesar más. Le hice prometer que lo que había sucedido quedaría entre nosotros, y que no se lo contaría a nadie. Aquel día, después de tomar mi tercera ducha, salimos a comer juntos por primera vez e hizo lo imposible para que me distrajese y olvidase. Al lunes siguiente, volví al trabajo, y la vida, aunque sin poder olvidar lo sucedido, poco a poco volvió a su ritmo.

              El café se había dejado de humear en las tazas y los dulces de nata que tanto gustaban las cuatro amigas permanecían intactos en el plato. Margarita tomó un sorbo.
            
              –Se ha quedado frio –dijo, y continuó–. Cuando sentí que me había quedado embarazada creí que el mundo se hundía bajo mis pies. No pensé nunca en el aborto. No podía consentirlo. Siempre lo había condenado, pero empecé a comprender lo que sentían otras mujeres en semejantes circunstancias y en sus decisiones siempre difíciles, las mismas que yo, a partir de entonces, tendría que tomar. No dije nada en el trabajo e, inmediatamente, solicité el traslado a la central en Madrid, luego, ya vería como me las arreglaba. Tan pronto como me concedieron el traslado cerré la casa y me trasladé. Por eso, no os dije nada ni tampoco a Javier, aunque no sé si hice lo correcto. Dos meses más tarde, él fue a Madrid y me esperó a la salida del trabajo. Se había enterado de mi marcha a través de la oficina. No tuve valor para ocultarle mi situación. Por otra parte era el único que tenía allí. Alquiló un estudio amueblado cerca de donde yo vivía y se quedó en Madrid. Alguna vez volvía por aquí “Para dejarse ver” decía. Pasaron unos meses, y el embarazo iba bien, según me decían –hizo una pausa. Luego, con la mirada ausente, continuó como recordando la escena–. Un sábado por la tarde, estábamos en el Retiro. La tarde estaba quieta. Los plátanos acababan de estrenar sus nuevas hojas. Desde un banco contemplábamos a lo lejos el lento transcurrir de unas barcas en el lago. Entonces me lo propuso. Él estaría siempre conmigo, me aseguró, y me ayudaría con el niño, yo para entonces ya sabía que era un niño, pero él creía que, aún así, me sería difícil, por lo que me pidió que nos casáramos. El niño tendría un padre y unos apellidos.
              A Margarita, al recordar, le volvieron a saltar las lágrimas. Se llevó las manos a los ojos. Luego se levantó presurosa y entró en la casa. Las tres amigas permanecían en silencio sin saber que decir. A aquellas horas, el café se había vuelto a quedar completamente frío. Cuando salió al poco rato, parecía más serena. Luego continuó:
              –Sabéis perfectamente que nunca he tenido ningún interés por la vida de casada, y aunque las circunstancias eran muy especiales y la tentación grande, decidí que tendría el niño pero no compartiría mi vida con ningún hombre. Ya sabéis a qué me refiero. Javier debió de comprenderme y llevó su proposición a un extremo que no había imaginado. Su interés era únicamente de cuidar del niño y de la madre, por quien sentía algo muy especial, me confesó. Así es que como sabía mis ideas, la única manera de demostrarme que no tenía otras intenciones que las que me había dicho, me propuso que nos casáramos sólo por lo civil. Ante la sociedad, sería mi marido y el padre de mi hijo, y ante nuestra conciencia seguiríamos siendo solamente unos buenos amigos sin ninguna convivencia juntos. Pasé un mes muy difícil ante la decisión que tenía que tomar –continuó Margarita– pues, en principio, la proposición de Javier no me pareció descabellada ya que tenía mucha confianza en él. Al final, me decidí, y un buen día de finales de Mayo nos casamos en el Juzgado. A instancias de Javier, un abogado nos redactó un documento por lo que en caso de solicitar el divorcio por mi parte, no tendría ningún problema, y aunque él no me lo pidió yo quise firmar otro igual para él. Nuestro banquete de boda fue una comida para los dos en un restaurante de la Puerta del Sol, al atardecer, me acompañó hasta mi casa y luego se marchó a su estudio. Cuando meses más tarde, nació el bebé no se apartó de mi lado, fue toda una bendición. Yo volví a mi trabajo y Javier se quedaba con el niño. Más tarde, entre los dos, tomamos una asistenta y una canguro, y nadie llegó a saber nunca nuestro secreto, hasta hoy.

              Margarita calló unos momentos. Paula se relajó en el respaldo de la silla y tomó un sorbo de café. Ninguna de las tres amigas sabía qué decir; al final la secretaria fue la que habló.

              –Y aquellos papeles de divorcio, ahora que el niño ya nació y lleva los apellidos de Javier...
              –Ninguno de los dos hemos hecho ni siquiera mención de utilizarlos. Es una situación algo anómala, lo sé, pero yo me encuentro a gusto así y creo que a él le sucede lo mismo –hubo unos momentos de silencio; luego Margarita continuó–. Posiblemente podáis conocer al niño. La canguro ha quedado que lo recogería en la guardería y luego lo traería a aquí.
              Las tres amigas que habían empezado a asimilar la situación, se alegraron mucho de tener la oportunidad de conocer al niño.
              –Hablando, hablando se me olvidó sacaros unas pastas –dijo Margarita levantándose para entrar en la casa.
               –Y a propósito –preguntó Paula–, ¿qué nombre le has puesto al niño?
              –Javier como... su padre.
              –Claro –dijo Mari Pili.
              En aquel momento de oyó parar un coche delante de la puerta del jardín, y momentos después, apareció Javier por el andador de gravilla que conducía hasta el porche donde estaban las cuatro amigas. Margarita se adelantó con un ademán cariñoso, le beso en la mejilla y se colgó de su brazo.
              –Las conoces ¿no? –dijo cuando llegaron al grupo de las tres amigas.
              –Por supuesto. Me alegra mucho de volveros a ver.
              Margarita tomó la palabra y sin soltar el brazo de Javier le miró dulcemente y le dijo:
              –Les he contado lo nuestro.
              –Sabes que siempre te dije que eso era decisión tuya -y la miró con dulzura.
              –Te prepararé más café –dijo Margarita mirando el interior de la cafetera, y entró en la casa. Ya desde dentro les gritó:
              –¿Queréis alguna copa de algo?
              –No –dijo la voz de la secretaria–, pero si tuvieras un poquito de leche...
              Las tres amigas se quedaron con Javier que se había acomodado en una silla junto a la de Margarita.
              –Margarita nos ha contado todo lo sucedido –comentó Paula–, y la verdad es que hay que felicitaros. Habéis demostrado una valentía extraordinaria al tomar semejante decisión. Nadie se lo hubiera podido imaginar.
              Margarita volvió a salir con una bandeja con más café, unas copas y una botella de Cointreau. Javier entró en la casa y al poco volvió a salir con una cubitera y echó dos cubitos de hielo en una copa de Cointreau.
              La verja del jardín que daba a la calle se oyó. Margarita se levantó presurosa y caminó por al andador hasta la entrada.
              –¡Mi niño! –se oyó la voz de la madre, y al poco volvió donde estaban sus amigas llevando en brazos un precioso niño. Tenía el pelo y los ojos claros como su madre y una sonrisa angelical que hizo las delicias de las tres amigas. El niño fue de brazo en brazo, y cada una de ellas comentaba un aspecto de su carita.
              Afortunadamente para Margarita, a todas les pasó desapercibido el incipiente hoyuelo en el pequeñito mentón del niño. 




El anterior relato es parte integrante del volumen I de AL COMPÁS DE LA ILUSIÓN. Está inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual y queda prohibida su reproducción total o parcial.


UN LIBRO, UNA REFLEXIÓN







DE TANTO EXIGIR...
TE ESTÁS HACIENDO TRIZAS


© Phil Bosmans

            Cada persona es hoy como un partido. Es el partido de las exigencias: más sueldo, más dinero, más utilidades. ¡Cada vez más y más! Es el periodo de las exigencias: duro y frío como el hielo. ¡Es un periodo glacial! El corazón, metido en la nevera, congelado y duro como una piedra para que no se ablande. La gente se enfría sin cesar y se endurece para con los demás. Somos como bloques de hielo. ¡Entra en razón y descúbrete el corazón! Dí también alguna vez:



                           ¡YA TENGO BASTANTE!

¿Para qué aumentar la producción?
¿Para qué más nivel de vida?
¿Para qué tantas comodidades?
¿Para qué ganar siempre más?
¡Ganar más y más dinero!
¡Comprar más. Consumir más!
¿Para qué inflar siempre ese índice?
¿Para qué cebar esa espiral inútil de ganar un euro más
para tener que gastar otro euro?
¿Para qué, y para quién?


TE SOFOCA LA ABUNDANCIA. PROTESTA CONTRA TI. PRESCINDE DE ALGO. ¿NO PODRIAS PASAR CON UN POCO MENOS?          ¡HAZ LA PRUEBA!