miércoles, 29 de abril de 2009

INCENDIO EN LA 41 ESCUADRILLA

© RAMON MARZAL


            El soldado de primera Ortega se encontró tendido en el suelo cubierto de cristales y cascotes. Cuando pudo reaccionar, no se acordaba de lo que había sucedido. Lentamente, levantó una mano y se la llevó a la frente; entonces vio que estaba cubierto de sangre. Se oían gritos a su alrededor, y vio a compañeros suyos que corrían por todas las partes, algunos, la mayoría, iban sin vestir. Unos pocos habían cogido sus armas y corrían hacia ninguna parte sin saber que es lo que sucedía.
            Entonces debieron de dar las siete de la mañana y a través de los altavoces del acuartelamiento sonó la orden de “diana”. La orden estaba grabada en cinta y conectada para que sonase a las siete en punto. Aunque aquella mañana ya no hacía falta despertar a nadie.
            –¡Nos están atacando! –gritó un recluta que debió de confundir la orden. Estaba muy asustado.
            El soldado de primera Ortega quiso gritar pero las palabras no le salieron de la boca. Procuró no angustiarse y mentalmente pasó una revisión a todo su cuerpo. Las manos las podía mover puesto que se las había llevado a la cara. Intento mover las piernas comprobó con satisfacción que aunque lentamente los pies y las piernas respondían a las ordenes del cerebro. Lentamente se llevó la mano a la cara y se tapó un ojo, luego alternó; por el momento, veía bien. El acuartelamiento era un caos y nadie venía en su auxilio. Tuvo la intención de levantarse, pero pensó que podían estar heridas las cervicales y permaneció en su sitio. Sin forzar el cuello, intentó mirar hacia lo que había sido la pequeña oficina del acuartelamiento donde él estaba cuando sucedió la explosión; había desaparecido juntamente con la habitación de al lado que hacía la veces de armero donde se guarda algo de munición. Oyó las sirenas de bomberos y de la policía aérea que en pocos minutos acordonaron el acuartelamiento y llenaron con sus vehículos el patio del mismo. Cuando quiso darse cuenta, la totalidad de la dotación de la compañía se encontraba vestida, o a medio vestir según se viese, con su respectivo armamento. La policía aérea, jamás había visto tanto juntos, llenaron el recinto y las primeras ambulancias hicieron su aparición. La palabra “terrorismo” empezó a circular entre los componentes de la “41 escuadrilla” a la que el soldado de primera Ortega permanecía con destino en las oficinas del acuartelamiento. El oficial de guardia se había hecho cargo de la situación en espera de que llegase el Jefe del acuartelamiento que ya había sido avisado. Unos compañeros le encontraron en el suelo del patio en medio de cristales y cascotes de lo que había sido su oficina, y avisaron a los sanitarios. Éstos le pusieron un collarín y lo trasladaron de inmediato a la enfermería para una primera inspección antes de trasladarlo al hospital. Allí, Ortega se enteró que el único herido había sido él, aunque se desconocía la gravedad de su estado hasta que no se le practicase un amplio reconocimiento. Una hora más tarde, ocupaba una cama del Hospital Militar donde contestaba como podía a las preguntas de varios doctores. Pasó también a visitarle el capellán castrense, después del cual se quedó en observación pues sus recuerdos eran confusos. Sólo pudo decir a los superiores que le preguntaron en un primer momento que acababa de llegar a la oficina cuando ocurrió la explosión y ya no recordaba nada más hasta que se vio tendido en el suelo del patio. En el cuerpo de guardia del acuartelamiento habían confirmado su llegada quince minutos antes.

            Después de una semana en el hospital, pocos recuerdos tenía de todo aquel incidente. Unas costillas fracturadas, un tobillo dislocado y contusiones en todo su cuerpo. Los médicos diagnosticaron también una pérdida transitoria de memoria que iría remitiendo con el paso de los días. Sus compañeros de escuadrilla se acercaron a visitarle hasta el hospital y le mantuvieron al corriente de los acontecimientos. Al acuartelamiento de la 41 escuadrilla, había llegado personal de los servicios secretos de Madrid y se estaban llevando a cabo rigurosas investigaciones.
              Una mañana se presentó un Teniente de Servicio Secreto, de Madrid y le volvió a tomar declaración.–Simple formalidad– dijo. El soldado corroboró las declaraciones que había dado ya con anterioridad a sus superiores. El Teniente le deseó un rápido restablecimiento y se marchó. Mes y medio más tarde, totalmente restablecido, le dieron de alta en el hospital y se reincorporó a su destino, aunque debido a que su anterior oficina estaba completamente destruida se le había habilitado un despacho en el edificio de la Jefatura.

            Habían pasado más de tres meses desde que ocurrió el incidente y aunque en muchas ocasiones se barajó el termino ”terrorismo” esto no pudo ser confirmado y las investigaciones que se llevaron a cabo dieron como resultado que había sido un accidente. Que por causas desconocidas había estallado la munición del armero anexo a la oficina lo que hizo saltar por los aires las dos habitaciones. Se tambalearon algunas cabezas de la Jefatura del acuertelamiento y del Sector Aéreo, pero todo se arregló. Se confeccionó el correspondiente informe y se tomaron medidas para que la acumulación de material peligroso se hiciese en lo sucesivo en un lugar seguro. Todo ello provisionalmente, pues al acuartelamiento estaba próximo a ser trasladado a un lugar más alejado, para lo cual hacía tiempo que se habían iniciado la construcción de un nuevo acuartelamiento, en un lugar próximo al aeropuerto, y a la que, a partir de entonces, se le dio prioridad absoluta. Las instalaciones eran más modernas con todas las comodidades. Incluso con calefacción ya que en el actual se estaban sirviendo de estufas de leña.
            Cuando el soldado de primera Ortega leyó el informe, que curiosamente llegó a sus manos dado su destino en la Jefatura, le agradó sobremanera el hecho de que en el nuevo recinto pudieran disponer de calefacción. Ya no tendría que verse obligado a encender diariamente la estufa con todos los inconvenientes que ello suponía. Además siempre faltaban astillas y esto ocasionaba serios trastornos. La memoria del soldado Ortega empezó a recuperarse hasta que llegó momento en que se dio cuenta que dadas las circunstancias, y puesto que el asunto estaba cerrado, era preferibles dejar cerrada la puerta de sus recuerdos, por lo menos hasta después de su próximo licenciamiento.

  
                      * * *

            El soldado de primera Ortega desde que se le dio destino había estado en la oficina del acuartelamiento. Esto tenía sus ventajas, pues era él quien ponía las guardias y siempre podía salir beneficiado, pero también estar en aquella oficina tenía sus inconvenientes, pues en la mesa cercana a la suya estaba instalado su Sargento con el que había tenido ya serias discusiones. En el despacho aparte estaba su Capitán. Era éste un oficial de muy mal carácter que sentía la milicia hasta dentro de todo su ser. Dirigía a su escuadrilla con mano de hierro y por supuesto a sus más inmediatos subordinados en la oficina: un brigada que nunca estaba, un sargento, ya mayor, siempre amargado y el soldado de primera Ortega.
            A las 8 de la mañana, llegaban al acuartelamiento los dos suboficiales y por supuesto la oficina tenía que estar ya preparada. Todo el acuartelamiento era muy antiguo en sus instalaciones, por lo que carecía de calefacción y tenían que valerse de estufas de leña cuya provisión de madera tenía que estar dispuesta por el militar de menor rango y por consiguiente por el soldado de primera Ortega. Para el veterano no le suponía un gran trastorno tener que estar al corriente del suministro de la madera pues abundaba en las instalaciones. Pero lo que si era un fastidio era el encendido, pues no había astillas ni maderas delgadas ni, por supuesto, ningún artilugio para poder hacerlas. Únicamente había troncos grandes que sólo servían cuando el fuego ya estaba adelantado.
            En más de una ocasión se había llevado una soberana bronca por parte del sargento, el cual todo hay que decirlo tenía al soldado bastante ojeriza, porque cuando había llegado él, pasadas las 8 de la mañana, la oficina estaba fría, sobre todo en los días de riguroso invierno. El Capitán no le daba ninguna preocupación pues llegaba bien avanzada la mañana y para entonces, la oficina siempre estaba ya caliente. El soldado había encontrado una solución, y es que como solía pernoctar en casa, se llevaba de su domicilio un cartucho de papel con las correspondientes astillas que se preparaba la noche anterior. Así, cuando llegaba a la oficina, lo primero que hacía, antes incluso de quitarse el capote pues la oficina estaba helada, era retirar de la estufa las cenizas del día anterior, y tras de meter un montón de papeles viejos que tomaba de la papelera, introducía las astillas que se había llevado y luego algún tronco más pequeño; a continuación le prendía fuego.

            Aquella mañana había salido con tanta urgencia de casa, para poder estar en el acuartelamiento antes del toque de diana que olvidó el cartucho que, como de costumbre, se había dejado preparado ya desde la noche anterior. Cuando llegó a la oficina intentó sin ningún éxito encender la estufa con los troncos que tenía, pero, a pesar de la gran cantidad de papel que acumuló en el interior de la estufa, éstos se consumieron sin que los leños hubieran prendido lo más mínimo. Sacó todos los troncos y con una navaja intento hacer algunos cortes transversales que dejasen al descubierto algunas virutas, y tras meter nueva provisión de papeles, volvió a intentarlo de nuevo. Las técnicas aprendidas en los Boys Scouts no servían. Los troncos no prendían y lo que es peor, por la gran cantidad de papel empleado empezó a salir humo por lo que hubo de abrir las ventanas de la oficina. Eran cerca de las ocho de la mañana, y la estufa estaba sin encender. A pesar de estar la ventana abierta estaba sudando enormemente pues ya se veía con un arresto por parte del sargento el cual llegaría en cualquier momento. Y entonces tuvo una feliz idea. Volvió a introducir los troncos dentro de la estufa y cerró la ventana, luego bajo a la planta de abajo. Por el acuertelamiento había cierta calma pues toda la escuadrilla estaba desayunando en el comedor. Se acercó hasta la habitación que hacía de imprenta. Supuso que estaría ya abierta pues la orden del día tendría ya que estar en la prensa, una antigua impresora “Minerva” que proporcionaba también más de un disgusto al cabo primero responsable de la misma. Entró y no vio a nadie. Tenía la intención de pedirle al cabo primero un poco de gasolina que le diese alguna facilidad para prender los troncos pero no había nadie allí. Espero unos instantes y como el impresor no aparecía por ninguna parte, buscó por su cuenta la gasolina. Encontró el recipiente en un extremo, una lata de unos 5 litros y estaba casi llena. Eran más de las ocho de la mañana, no podía esperar, los reclutas habían empezado a salir del comedor. Tomó la lata y corrió a la oficina. Subió de un salto los tres escalones que había hasta la puerta. El sargento no había llegado todavía, así es que levantó la tapa superior de la estufa y vertió una gran cantidad de líquido en su interior. Se aseguró de que todos los troncos estuviesen bien impregnados. Volvió a dejar la lata en el imprenta; el impresor todavía no estaba, y volvió a subir a la oficia. Luego cogió un folio lo arrugó en forma de porra, le prendió fuego por un extremo y lo aplico a la parte baja de la estufa.

  

                      * * *

            Tres meses más tarde, el soldado de Primera Ortega era licenciado y al año siguiente los medios de comunicación mencionaban el traslado del acuartelamiento de la “41 escuadrilla” situado en el centro de la ciudad a las instalaciones cercanas al Aeropuerto. Algunos medios mencionaron de pasada aquel incidente de supuesto “terrorismo” que nunca quedo definitivamente aclarado.


El anterior relato es parte integrante del volumen III de AL COMPÁS DE LA ILUSIÓN. Está inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual y queda prohibida su reproducción total o parcial.

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