jueves, 26 de marzo de 2009

LOS PICOS DE EUROPA

© : RAMON MARZAL


            -¡Por allí van! ¡Mírelos, mírelos!
            Y yo me desojo atisbando por entre los vericuetos de la pared rocosa. Creo haber visto alguno dando saltos impresionantes, y otros en la arista de una roca, erguidos sobre sus cuatro patas.
            –Al amanecer, se ven más –torna el empleado–, pero cuando las cabinas empiezan a funcionar, se asustan y se retiran.
            La verdad es que no estoy para buscar rebecos entre los abismos que se observan desde la cabina del teleférico. También en el Pirineo tenemos rebecos, allí, los lugareños les llaman sarrios.
            Unos minutos antes, en la estación del valle, mientras esperábamos la llegada de la cabina del teleférico que desde Fuente Dé nos llevará al Mirador del Cable en los Picos de Europa, mi amigo Marcelino, el catalán de dialéctica sosegada, le decía a Rotger.
            –Creo que te daré el billete a mitad de su precio.
            Rotger decía que no subía; que ya había estado en otra ocasión. Pero a medida que la cabina se acercaba Marcelino insistía medio en broma, medio en serio:
            –Pensándolo bien, te regalo el billete.
            Y cuando la cabina entraba en el anden la estación, y vio en realidad su tamaño, escaso para seis personas, dijo:
            –Creo que además, te podría dar cien duros.
            Todos reímos de buena gana.
            –La numero 2 con seis personas –dice el empleado por el teléfono de la cabina. Suena un timbre y ésta se pone en marcha.
            Al principio, se nota la aceleración, pero cuando ya pendes del cable sobre el abismo, y han desaparecido los puntos de referencia visual, da la sensación de que algo se ha estropeado y la cabina se ha parado. Miro al empleado; su tranquilidad me reconforta. Y uno, que en esto del vértigo tiene los suyo, y decirlo no le importa, siente como un no sé que, se ha atascado en la garganta. Claro que en esto de buscar rebecos se van sus buenos sesenta segundos en los cuales, no se piensa en aquella película de James Stewar, cuyo título no me acuerdo, en que una cabina del teleférico con sus diez personas se encuentra en un suspense que dura cerca de dos horas de proyección y que termina precipitándose al vacío; con el “malo” claro está.

            La tensión se hace mas fuerte cuando la cabina empieza a subir, casi vertical, por el vientre que hace el cable, y da la sensación de que se va a estrellar contra la pared rocosa, donde se ve una cabaña que en tiempos parece ser que habitaron unos mineros. De pronto, vemos como se cruza con nosotros la cabina que desciende. Es entonces cuando nos damos cuenta de la verdadera velocidad que llevamos.
            –Veintiocho kilómetros por hora –nos informa el empleado.
            Tres minutos y cuarenta segundos le ha costado salvar en abismo. Cuando al fin llegamos a la estación de arriba, sentimos un frío intenso que se clava hasta en los tuétanos. No es de extrañar; estamos en la nieve a 1.844 m. de altura. Marcelino se ha puesto la gabardina, y yo llevo un jersey recio, pero olvide la trenca en el coche allá en el valle.
            Cuando salimos de la estación nos damos cuenta que cerca de 4 minutos de suspense han valido la pena. Pero hace frío, mucho frío y vamos sin calzado apropiado. Algo inmenso nos invade en aquella cumbre cubierta de nieve. Parece ser que hemos tenido suerte, pues la atmósfera esta clarísima y en derredor nuestro, inmensa panorámica de sol, nieve, cumbres y abismos que sobrecogen el alma. No es de extrañar que en la mayoría de las religiones, los hombres hayan situado sus dioses en las altas cimas. Si fuésemos con ropa y calzado apropiado nos podríamos internar, y en dos horas nos colocaríamos en Peña Vieja, o llegaríamos hasta la base del Naranjo. Tenemos que desistir; lo veremos otro día desde el lado Norte. Marcelino insiste en sacarse unas fotos en el Balcón de Cable. ¡Válgame Dios, este Marcelino! El Balcón sobresale en el abismo, y su suelo enrejado contribuye en la sensación de parecer que uno está flotando en el vacío. Al fondo, el naciente río Deva; bosques de hayas y robles; trigo y viñedos. De los últimos se hace el famoso orujo de estos lugares. Días después, José Manuel, un compañero de Unquera, nos obsequiará con una botella, pero me quedé con ganas de probar en auténtico “tostadillo”. A nuestros píes, el viento ruge; mejor dicho a los pies de Marcelino, ya que está en el Balcón, pues la verdad es que yo prefiero ver el panorama desde ”tierra firme”. Ahora se ha cubierto el cielo, pero aun así, allá en el valle se puede ver la estación.
Decidimos descender.
             La sensación es mucho mayor ahora. Sólo bajamos nosotros dos, la cabina pesa menos y por añadidura se ha levantado el viento. Nos balanceamos en medio del abismo. Cerca de kilómetro y medio de cable nos sujeta. El catalán quiere dejar constancia de estos momentos y dice que le saque una foto. Le complazco pero tengo mala suerte, a mi regreso a Zaragoza me doy cuenta que me falta un carrete, precisamente éste, menos mal que tengo los que saqué en la cumbre. El empleado nos dice que los días de viento no funciona el funicular.
            –¿Peligroso? –le preguntamos.
            –No, pero el público se impresiona –nos contesta. Le creemos.
            Cuando llegamos al valle, Rotger nos espera. Comemos cerca de la estación, sentados sobre un tronco tendido en el suelo, a 1090 m. sobre el nivel del mar. Damos buena cuenta de las viandas que nos han puesto en el hotel: bocadillos de tortilla, jamón y queso, todo ello regado con el clásico vino de cooperativa, y para postre piña en almíbar. Echo en falta el vino de mi bravío Aragón. El café lo tomamos en un bar de allí mismo, pero salimos enseguida fuera; el ambiente cargado huele a sacrilegio en la pureza de las cumbres. Felices y despreocupados ocupamos unos bancos de leño al pie del paredón de roca. Suenan argentinas voces de muchachas que han llegado en un autocar. Todo cuanto nos rodea es belleza, sosiego y … paz.
            Todavía el sol está muy alto, cuando el coche corre por las márgenes del Deva, donde el salmón, la anguila y la trucha hacen las delicias de los pescadores. Cuentan romanceros y leyendas que por estas tierras de Espinama corrió sus andanzas, Iñigo López de Mendoza, Marques de Santillana.
            Ahora, siempre bajando, el coche se desliza por la orilla izquierda del Deva. Pasan a nuestro lado bellas muchachas lebaniegas; a fe mía que son bellas; las más, luciendo sus “encantos”, que en esta tarde primaveral la Naturaleza nos muestra cuan pródiga suele ser en los mismos.
            Mientras yo me aferro al volante, Marcelino, a mi lado, comenta con Rotger las bellezas del paisaje. Chopos, fresnos y abedules; por todas las partes el verdor; el inconfundible verdor del norte de la península. Por entre las grietas de un farallón surge al cielo, atrevido, un castaño. Desde estas cimas hubo una nueva derrota para los ejércitos musulmanes cuando volvían de Covadonga. Hay quien dice que fue milagro; otros, la estrategia de Don Pelayo; lo cierto es que, un corrimiento de tierras acabó con las ya diezmadas huestes de la media luna. Rápidamente el río tuerce hacia el norte y por estrechos desfiladeros, que hacen juego con la angostura del lugar, la carretera se desliza a lo largo del cauce, sorteando grietas y ciclópeos farallones. Suena el agua en místicos murmullos por el río lebaniego; canta a lo largo de su cauce las gestas de Don Pelayo; tierras éstas que fueron cuna de su hijo Favila, segundo rey de Asturias. El río Deva, que ahora forma limite entre las provincias de Santander y Oviedo, busca afanoso su camino hacia el mar.

            Por la noche cuando, tendido en la cama, comento con Luis Pereira, mi compañero de habitación, un robusto mocetón lucense, para más datos, aunque con poco acento, la excursión del día, noto como se van cerrando mis párpados. Llegan a mis oídos vagas voces desde el salón de la planta baja y una paz inmensa me rodea. Y es que, Marcelino, Rotger y yo, allá en los Picos de Europa, a 2.000 m. de altitud, hoy hemos estado …UN POCO MÁS CERCA DE DIOS.



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