viernes, 27 de febrero de 2009

UN ESTUDIANTE EN SANTIAGO






    UN ESTUDIANTE EN SANTIAGO


            Me lo contó el otro día en la Facultad, alguien que había estado estudiando en Santiago. El hecho se recordaba en toda la Universidad como el más chungón y humorístico del curso.

            –Venía a nuestro curso –me dijo–, un muchacho de Madrid a quien su padre lo mandó a Santiago quizá por apartarlo de un ambiente calaveresco.
            La gran cantidad de días que constantemente estaba lloviendo en Santiago hacía que el chico pidiese constantemente a su padre que le sacase de allí. El padre siempre le contestaba con la misma letanía:
            –“Estudia, hijo mío hasta que puedas mantenerte de los libros. Te adjunto cien duros. Tu padre...”
            Pero a pesar de los continuos giros de su progenitor, nuestro estudiante andaba siempre de cabeza. No fumaba, no bebía ni asistía a la regular partida de cartas en la tasca que había debajo de la pensión, pero siempre había alguna rapaza capaz de hacerle desaparecer los últimos duros que le quedaban.
            Vendió la pluma, regalo de su madrina, el anillo y hasta el reloj de oro que le regaló su padre cuando salió de Madrid. Un día hasta creo que para poder desayunar en casa de Don Bartolomé vendió la zamarra de cuero, regalo de su madre para los días lluviosos del norte, le había dicho.

            Nuestro estudiante se había agenciado una máquina de escribir antigua, y, en las pocas horas libres, se dedicaba a pasar a limpio apuntes para los compañeros, los cuales hacía con papel de calco para sacar alguna copia de más, pero aún así no le llegaba.Hasta que cierto día, al no poder desayunar, y temiendo que le pasase lo mismo a la hora de comer, fue a una librería de lance, y vendió los libros del curso.

            Aquel mismo día, mandó un telegrama a su padre:
            ¡Cuanta razón tenía, padre! ¡Ha llegado la hora! Hoy he empezado a mantenerme de los libros. Sácame de aquí. Tu hijo...


Publicado en “La Gaceta de Liceo Hispano”, el 3 abril de 1953

©: RAMÓN MARZAL



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