lunes, 16 de febrero de 2009

A LO LARGO DE LA PIEL DE TORO



  LA  COSTA  BRAVA

©Ramón Marzal



            PUERTO DE LA SELVA                                      CADAQUES               
Desde la terraza del café donde me encuentro, se domina todo el panorama de la bahía. El sol, lentamente, se inclina hacia poniente, reflejando miles de rayos tornaso!es en las aguas tranquilas de este puerto natural que más bien parece un lago. En todo su contorno, el cielo no se junta con el mar. Sólo hacia el norte, las dos lenguas de tierra se abren para dar paso al mar abierto. Al sur, tras la cadena de montañas que componen la Sierra de Rosas, una densa humareda se eleva al cielo. El incendio que he visto a la salida de Rosas sigue inexorable su devastadora carrera.

Puerto de la Selva es un pueblo acogedor. Proliferan como en todos los pueblos de esta costa, los pintores, las tiendas de "souvenirs", los turistas despreocupados y las bellas muchachas de tez morena.

Mientras saboreo un delicioso café con hielo, sensual placer que no he podido tener en Cadaqués, y dejo ascender las lentas volutas de un cigarro puro, me dedico a observar cuanto me rodea. A decir verdad, el "cuanto me rodea" es una bella muchacha sentada en la mesa de al lado. Tentador motivo para cualquier pintor, para cualquier fotógrafo de glamour. Para cualquiera. Parece que está sola. ¿Y si yo...?... Mejor me voy. Tras el breve descanso, reemprendo el camino.

Bordeo toda la playa hasta dar la vuelta a la bahía. Desde la parte opuesta, Puerto de la Selva se me ofrece en toda su extensión a lo largo de la playa. Únicamente se ven algunas casas en la ladera de la montaña que sirve de fondo a este encantador pueblecito. A mis espaldas, queda la cumbre de San Salvador, y un ambiente de alegría y vida me envuelve cuando el coche corre ya hacia Llansá


Puerto de la Selva. Septiembre,
Barbarroja, en el año 1543, después de aterrorizar las costas de Italia y España, invadió Cadaqués arrasando el pueblo y su antigua iglesia.
Una nueva invasión ha tenido Cadaqués en las últimas décadas, esta vez benígna: el turismo. Sin embargo, ha sabido guardar su rancio sabor marinero. Las casas muestran sus fachadas encaladas al brillante sol del Mediterráneo, y en medio de ella su iglesia, reconstruida en el siglo XVII. Lástima que me quedo sin ver su interior. Creo que es notable el retablo barroco de su altar mayor obra de Pedro Costa. Tan en conjunción con el mar está, que entre las casas próximas al mar, escasamente se puede pasar. El pintoresquismo es subyugador. No es de extrañar que pintores y poetas se hayan afincado en Cadaqués, y la hayan hecho mil veces protagonista de sus obras.

No encuentro sitio para comer y decido llegarme a Port-Lligat. Atravieso calles estrechas. Port Lligat podría ser uno de tantos pueblecitos olvidados sin ningún aliciente turístico, pero su nombre va unido al de Dalí, cuya casa veo a lo lejos.
Quisiera acercarme al Cabo de Creus, la punta más oriental de España, cuya silueta parece recordar los míticos "zigurats" babilónicos. Sólo dista 7 kilómetros pero la carretera está en obras y, sin comer, decido volver a Cadaqués.

Recorro por la costa toda la bahía dispuesto a encontrar un sitio acogedor. Por fin en Playa Seca, en las inmediaciones de Punta Olivera, encuentro algo de sombra. Otros turistas hacen lo mismo y allí a unos 5 metros del mar paro a comer. La bahía es bellísima. Desparramados pueden verse esbeltos yates de amplio velamen. Botes con motor fuera borda y chinchorros multicolores. En el centro de la bahía se haya fondeado un pailebote aproado al viento mostrando su jarcia desnuda. Tras la comida vuelvo a subir la Sierra de Rosas. Abajo Cadaqués con sus casas viejas pero limpísimas y como fondo, el mar en vivo contraste con el diáfano cielo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario