viernes, 26 de diciembre de 2008

L U C A S

(El presente cuento está inscrito en el Registro de Propiedad Intelectual bajo el título genérico de "AL COMPÁS DE LA ILUSIÓN III". Queda prohibida cualquier reproducción total o parcial)
©: Ramón Marzal






                   L U C A S


            Aquella noche me había despertado en repetidas ocasiones. Creía haber oído ruidos en el jardín, y el instinto me decía que algo anormal ocurría. Me acerqué hasta la puerta que daba al exterior y escuché atento, luego fui hasta el ventanal que comunicaba el salón con el jardín y permanecí en silencio durante un buen rato. No me pareció que hubiese nadie y, sin embargo había oído algo. Esa noche Don Francisco, como le llamada la asistenta, no dormía en casa. Estaba en unos de los muchos viajes de negocios que solía hacer y que a veces se alargaban una o varias semanas. Su esposa, Doña Manuela, ocupaba el dormitorio principal del piso de arriba y la asistenta no había llegado todavía pues iba todas las mañanas a eso de las 10 y se quedaban hasta mitad de la tarde cuando, una vez que había recogido todo y preparado la cena a la señora, se marchaba, no sin antes sacar a la calle la bolsa de la basura que dejaba en el contenedor próximo.
             No me pareció que hubiese nada diferente a otras noches, aun así, me decidí a averiguar si todo estaba bien en la planta superior. Subí despacio la escalera de madera que llevaba al dormitorio de Doña Manuela. Procuré no hacer nada de ruido aunque sabía que la alfombra de la escalera amortiguaría los posibles ruidos de mis pisadas. Arriba todo parecía estar bien. Me acerqué hasta el único dormitorio que estaba ocupado. La puerta estaba entornada. Al principio no oí nada, pero había algo en el ambiente que me preocupó. Había un aroma diferente, que había notado en otro sitio y que me era bastante desagradable. Yo no sabía que podía ser, pero la mujer no podía estar en peligro, pues al parecer estaba despierta. Creí oír algún susurro en el interior y estuve un buen rato escuchando tras la puerta. Sólo pude oír la voz clara de Doña Manuela que hablaba en voz baja.
             –No te preocupes. Todavía no ha amanecido y hasta las 10 no viene Lola, la asistenta.
             La otra persona no dijo nada y ambos se revolvieron entre las sabanas. Yo había empujado un poco la puerta con precaución y ahora podía ver casi toda la habitación. No quise entrar, pero me detuve a tiempo de ver como la otra persona se levantaba de la cama. Era la silueta de un hombre de edad mediana. Ahora su aroma se hizo más intenso. Caminó hasta la puerta del lavabo que estaba en la misma habitación y encendió la luz. Al poco, el hombre volvió a salir del baño y caminó de nuevo hacia la cama. Yo retrocedí cuando pasó cerca de la puerta y no pude verle la cara. El hombre volvió a la cama y se abrazó a la mujer que ahora estaba totalmente despierta. Gimió y se abrazó a su acompañante. Me pareció que todo estaba bien y con la misma precaución con que había subido, volví a bajar la escalera hasta la planta baja.

Estuve un buen rato dando vueltas en silencio por la casa. Por fin, me debí de quedar dormido.

             Me despertó el ruido de la puerta de la calle. Era Lola, la asistenta que llegaba. Lola era una mujer joven de unos 30 años que ya era la asistenta de Don Francisco ya cuando viudo, ocupaba su otra casa. Luego, cuando éste se volvió a casar, ella continuó con el nuevo matrimonio ocupándose de casi todo lo concerniente a la casa, ya que la señora, según le había oído yo decir en alguna ocasión a la asistenta, era bastante “desmanotada”. Yo no sabía que quería decir aquella palabra, pero enseguida la asimilé como sinónimo de la esposa de Don Francisco.
             –Buenos días, Lucas –me dijo cuando me vio nada más entrar, y enseguida se puso una bata de trabajo y colocó la cafetera en el fuego.

             Yo no dije nada y por la puerta de la cocina salí al jardín que, por cierto, hacía ya tiempo que lo estaba deseando. Hacía una mañana muy agradable y en aquellas horas el sol todavía no estaba muy alto. Después de dar una vuelta por el amplio jardín de aquel chalet, me fui a tumbar a la sombra de un pino que había cerca de la verja de la entrada. Aquel era mi sitio preferido, pues desde allí podía ver los que venían a la finca y también la ventana del dormitorio de Doña Manuela por la que había empezado a interesarme.
             Poco después del mediodía, llegó Don Francisco a su casa. No se fijó en mí que me encontrada tumbado. Abrí un ojo, lo vi en la puerta y volví a quedarme dormido. A buen seguro que si me hubiera visto me habría dicho:
             –Qué bien vives holgazán –era su frase favorita la mayoría de las veces que me veía.
             Aquel fin de semana, no vi casi al matrimonio. Don Francisco permaneció en su despacho todo el sábado y gran parte del domingo y su esposa, después de asistir a la misa dominical, y hasta la hora del almuerzo, se ocupó de desalojar y volver a colocar unos armarios en la habitación de huéspedes del piso superior. Sólo en una ocasión subí a la habitación donde estaba la mujer. Fui a entrar, pero la mujer, muy airada, me echó:
             –Vete. Déjame, estoy muy ocupada.
             Yo desaparecí de la escena y ya no volvieron a verme en el resto del fin de semana.
             Aquel lunes, muy temprano, Don Francisco volvió a marcharse de viaje. Cogió su cartera de piel y a eso de las seis de la mañana salió de la casa y se dirigió hacia el garaje. Yo quise acercarme.
             –Hola Lucas. Lo siento hoy no estoy de buen humor –me dijo cuando me acerqué a él.
Algún sentido especial me dio a entender que no se encontraba en sus mejores momentos y decidí no importunar. Puso el coche en marcha y abandonó el garaje. Luego, salió por la puerta de la verja que, por cierto, dejó abierta, cosa muy rara en él. Yo aproveché para salir a la calle y me dediqué a dar una vuelta por los alrededores. Empezaban las primeras luces del día, algunas farolas todavía estaban encendidas y había pocos viandantes a aquellas tempranas horas de la mañana. Pasó un camión regando las calles que dejó en el ambiente un ligero olor de hierba mojada. Llegué hasta el final de la urbanización y estuve paseando durante mucho rato. Me sentía libre, pues no estaba acostumbrado a ir solo por la calle; siempre salía con Don Francisco o con Lola; pocas veces con la señora. Me entretuve junto al puesto del churrero y decidí regresar a casa. Ya cerca de la verja de entrada me adelantó el cartero que empezaba su labor por el principio de la calle. Su penetrante aroma se me quedó incrustado en mi nariz y creí haberlo notado antes. Serían cerca de las 10 cuando regresé a casa, pues al poco, llegó Lola que protestó por ver la puerta de la verja abierta de par en par, y se dispuso a cerrarla.
             –Mal le deben de ir las cosas al señor cuando se ha dejado la puerta abierta –le oí decir.
             Yo me adelanté, entré por la puerta de la cocina que estaba abierta y subí a la primera planta. Doña Manuela estaba en su habitación; me pareció que estaba sola, pero aun así noté que hablaba con alguien. Asomé la cabeza por la puerta entreabierta de su dormitorio. La mujer estaba sin vestir tumbada encima de la cama y hablaba por teléfono con alguien.
             –Si, se ha ido al punto de la mañana –le oí decir con voz queda–. Y ya no vendrá hasta el próximo fin de semana. Te esperaré esta noche. No te preocupes, Lola se va a marchar después de comer a ver a su familia en el pueblo, no volverá hasta el próximo jueves. Así es que tendremos cuatro días para nosotros. Te estaré esperando. Dejaré la puerta de la cocina abierta, es más discreta.
             Dejé a la mujer que siguiese hablando y yo me bajé a la planta baja y estuve casi todo el día paseando por jardín y dando una cabezadita a la sombra de un acogedor pino. Si Don Francisco se había marchado hasta mitad de la semana, seguro que yo me podía tomar el descanso sin que nadie me llamara holgazán.
             Al poco vino el repartidor del supermercado. Se acercó a la verja y toco el timbre, luego al verme me dijo:
             –Anda, avisa a Lola.
             No le hice el menor caso, pero en aquel momento vi venir a la asistenta y me fui a mis quehaceres al jardín posterior de la casa y estuve vagando ocioso por allí casi todo el resto del día.
             A media tarde, quizás cuando ya había recogido la cocina, vi a la asistenta, muy arreglada, se disponía a salir. Se llegó a la verja salió y la volvió a cerrar con llave. Como medida de seguridad la verja permanecía cerrada gran parte del día. Yo me acerqué hasta la verja y, desde detrás de los barrotes, me dispuse a ver pasar la gente.

             Serían pasadas de las once de la noche, cuando me fui de los jardines, y después de darme un paseo entre los parterres y comprobar, como hacía todas las noches, que todo estaba en orden, me volví hacia el porche de la casa. Hacía tiempo que había anochecido y en aquel momento vi que una sombra caminaba por el andador de grava. Se acercó a la puerta de verja, la abrió con la llave y se volvió otra vez a la casa donde entró por la puerta de la cocina que dejó también sin cerrar por dentro. Hacía una noche agradable y no me apeteció irme a dormir, así es que permanecí cerca de la puerta principal de la casa. Aun no habían terminado de dar las doce en el reloj de la iglesia cercana, cuando sentí que alguien entraba por la puerta de verja. Me sentí inquieto, pero permanecí inmóvil como una estatua, en las mismas escaleras de la puerta principal, agazapado tras unos tiestos de aspidistra. El recién llegado no lo dudó y se dirigió a la puerta de la cocina. Percibí el aroma del recién llegado cuando éste ya había entrado y cerrado la puerta de la cocina. Era el mismo que había notado por la mañana. No sabía si se trataba de un intruso, así es que di la vuelta al edificio y abrí como pude la puerta del sótano. Me introduje en el interior de la casa, luego subí con mucho sigilo las escaleras, temeroso de que la puerta que daba cerca al cuarto de desahogo estuviese cerrada. Afortunadamente no fue así, por lo que pude salir al pasillo y de allí a las escaleras que daban al primer piso. No vi por ninguna parte al sospechoso que había visto entrar, por lo que deduje estaría en la planta de arriba. Subí con precaución intentado que la alfombra de la escalera no dejase oír el ruido de mis pisadas, y seguí el rastro del aroma que me llevó hasta la habitación de Doña Manuela. Les oír hablar en voz baja y como no me pareció que la mujer corriese ningún peligro, me dispuse a bajar a la cocina y permanecí allí durante un buen rato por si me reclamaba o gritaba, luego me debí de que quedar dormido.
            
             Cerca de las 7 de la mañana creí oír pasos que se aproximaban por el andador y escuche. Me pareció que era Don Francisco que llegaba, pero no había oído el coche. Al poco, la puerta de la cocina que daba al exterior se abrió y apareció la figura del señor que, cosa rara en él, subió al primer piso sin apenas hacer el más ligero ruido. Yo no entiendo las cosas de los señores, pero tuve un presentimiento y esperaba que de un momento a otro se iniciase todo un espectáculo en la primera planta, pero no fue así. Durante unos minutos todo pareció en silencio. Luego volvió a abrirse la puerta de la cocina que daba al pasillo y volvió a entrar Don Francisco. Le noté abatido como cansado. Me vio, se acercó a mí y se sentó en una silla cerca de donde yo estaba.

             –¡Ay Lucas! ¡Qué sabes tú de estas cosas! –me dijo mientras me ponía la mano encima de mi cabeza–. A buen seguro que ni se han acordado de ti.
             Se levantó hasta un armario bajo la encimera. Sacó una bolsa de papel y una escudilla de plástico que llenó con pienso y me la colocó en el suelo.
             –¡Ay, Lucas! –continuó–. Vamos a tomar un poco el aire fresco. Aquí me ahogo. ¡Si tú me pudieras comprender!
             Cogió la correa que estaba colgada detrás de la puerta de la cocina, me la ató al collar y salimos al jardín y luego a la calle. El hombre caminaba cabizbajo y junto a él, yo, no ajeno a lo que le sucedía, meneé el rabo en señal de comprensión.

_____________________________

(Publicado en la Revista LA SIRENA DE ARAGÓN de Noviembre 2008)



jueves, 11 de diciembre de 2008

EL TEMPLO DEL PILAR EN ZARAGOZA


EL TEMPLO DEL PILAR EN ZARAGOZA


20081210194450-el-pilar-como-blog.jpg

(El presente artículo está inscrito en el Registro de Propiedad Intelectual bajo el título genérico de "AL COMPAS DE LA ILUSION, VOL. I")
Fotografia: Ramón Marzal García


            En Diciembre de 1972, The Blue Army of our Lady of Fátima, de Washington, me solicitó un reportaje en el que incluyese fotografías del Santuario del Pilar, para la publicación en su revista. El reportaje debía cubrir los actos que con motivo del año Mariano Internacional se celebraba hasta el año siguiente, y en el transcurso del cual, sus fieles tenían previsto venir en peregrinación.

             El artículo que sigue, fue escrito hace más de 30 años y conforme la mentalidad religiosa de la época. Detalla la historia del templo, la relación de la devoción Mariana con la Ciudad de Zaragoza y los actos del Año Mariano Internacional. En su clausura, en Octubre de 1973, fue publicado integro en la edición en castellano de su revista.

             La peregrinación de sus fieles hizo su entrada en el Basílica del Pilar el día 9 de julio del mismo año.

             Por tratarse de un texto escrito para un público católico, pero no muy enterado de nuestras costumbres y de nuestra historia, fue preciso citar algunos datos y colocar notas al píe de página del citado artículo, para aclararles ciertos conceptos que hoy serían obvios para un lector español.

EL TEMPLO DEL PILAR EN ZARAGOZA,

PRIMER SANTUARIO MARIANO


SUCINTA HISTORIA DEL TEMPLO.

          Tras la ascensión del Maestro, los apóstoles se dispersaron por todo el mundo entonces conocido, y Santiago, después de evangelizar Judea y Samaria, llegó hasta España.

Es piadosa tradición secular que en la noche del 2 de enero del año 40 de nuestra Era, cuando estaba Santiago orando con sus discípulos, a orillas del rió Ebro en la romana ciudad de Cesaraugusta, hoy Zaragoza, quizá un poco descorazonado por el poco fruto de sus predicaciones, se le apareció María, la Madre del Maestro, cuando aún vivía en la tierra. Era portadora de una columna de jaspe color pardo la cual ha conservado el nombre de “Pilar” que se le dio desde la antigüedad.

Tenía la columna un diámetro de 24 cm. Y una altura de 1,772 m y entregándola a Santiago le ordenó levantara allí mismo un templo en honor Dios y colocara allí la columna y le aseguró que nunca faltaría la fe en aquella tierra. Y es tradición que Santiago en aquel mismo lugar, con ayuda de sus discípulos, construyó una capilla dedicada a la Virgen, y que este templo fue el primero elevado en el mundo en honor de la Madre de Dios. A esta primera iglesia se le llamó Santa Maria de Extramuros. En el año 318, sus reducidas dimensiones fueron ampliadas, y posteriormente convertida en una capilla de estilo románico.

No podía pedirse más fe en aquellos cristianos mozárabes[1] de Saracosta[2] cuando en el año 712, y durante los cuatro siglos que permaneció la dominación árabe en Saracosta, tuvieron que pagar grandes tributos a cambio de conservar el culto en la Santa Capilla, hasta que en el año 1.118, Alfonso I, el Batallador tomó la ciudad a los árabes.

Transcurre el año 1434, un voraz incendio se declara en la capilla románica. Cuando el fuego es dominado, la ciudad puede comprobar con dolor que se ha perdido absolutamente todo, pero entre las cenizas es hallada milagrosamente intacta la columna y la imagen de la Virgen tallada en estilo gótico de 38 cm de altura, que todavía conservaba sus vestiduras doradas y su rostro y sus manos coloreadas, sosteniendo al Niño que porta en su mano una paloma.

Pero los zaragozanos no pueden estar sin su Pilar, y rápidamente lo reconstruyen, si bien en el año 1.515, a instancia del Arzobispo de Zaragoza, Don Hernando de Aragón, el hijo del Rey Católico, bajo cuyo reinado Colón descubrió América, se construyó un templo gótico de una sola nave, que durante 200 años fue el centro de la vida espiritual de Zaragoza.

A finales del siglo XVI, el rey de España, Carlos II, último rey de la dinastía de los Austria, encargó los planos de un nuevo templo al arquitecto Francisco Herrera que los proyectó de planta rectangular, de tres naves y capillas entre los contrafuertes, con 4 torres en sus ángulos y cuya primera parte quedó finalizada en el año 1.718. Pero fue Ventura Rodríguez, el mejor arquitecto de la época, quien dio la verdadera fisonomía al templo, añadiendo al proyecto 11 cúpulas a sus 4 torres, e instaló una capilla dentro del mismo templo, la cual hoy alberga la Santa Columna. Las obras finalizaron en 1.766.

En todas las construcciones, la columna que según la tradición fue entregada al apóstol Santiago, permaneció justamente en su emplazamiento original, por lo que en la actual Basílica no ocupa el centro del Templo ya que al construirlo, según viejos archivos consultados, se apreció la falta de espacio por la proximidad del rió Ebro.

El día 10 de octubre de 1872, el Cardenal Arzobispo de Santiago de Compostela Monseñor Miguel García Cuesta consagraba la Basílica del Pilar. ¡El templo estaba totalmente construido!, si bien las dos últimas torres, en la fachada que da al rió Ebro, se levantaron posteriormente en el año 1956.

Entrando a la basílica por la llamada puerta baja, la más usada por los fieles de las cuatro que tiene y tras atravesar la nave de la Epístola nos encontramos en la Santa Capilla. Ventura Rodríguez, la proyectó sobre planta elíptica y cuya bóveda en sostenida por columnas corintias. El frente lo ocupa un retablo, obra del escultor Ramírez y representa la Venida de la Virgen indicando a Santiago y a sus discípulos, que ocupan el pequeño altar de la izquierda, el lugar donde quería que se colocase la columna. En el sitio elegido y a la derecha de este retablo esta situado el Camarín de la Virgen, donde se encuentra la columna recubierta de una funda de bronce y otra de plata, a excepción del sitio que da al trasaltar que es por donde la veneran los fieles.

SU RELACION CON LOS ZARAGOZANOS

           Hoy, el Pilar de la Virgen es el principio y fin de la vida cotidiana de los zaragozanos y la Basílica del Pilar, a decir del Cardenal Enrique y Tarancón, en su homilía de apertura del Año del Pilar, es para los zaragozanos su propia casa. Es la casa de la Madre.

He oído a familias enteras que van a despedirse la Virgen antes de emprender un largo viaje, como si de un ser querido se tratase. Y ciertamente así es. Y he visto a esas familias de regreso al hogar hacer su primera visita al Templo del Pilar. He visto a la multitud apiñada en torno a la Columna, en los momentos de pública calamidad. He visto a personas de todas las edades, sexo y condición social llenar la Santa Capilla y, postrarse en día de Viernes Santo a las 3 en punto de la tarde, acompañando a María en su soledad. El Templo se encuentra totalmente en tinieblas, hasta los cirios se han apagado y únicamente está iluminado por la luz que entra por las altas y circulares vidrieras. Todo permanece en silencio cuando en el reloj de la Sacristía de La Virgen suenan las 3 de la tarde, momentos después vuelven a repetirse, y lentamente y en silencio, los fieles van saliendo del templo hasta quedar éste completamente vacío. Los zaragozanos han estado una vez vas en su anual cita con la soledad de María.

He visto en las madrugadas de invierno, cuando ni siquiera se ven los primeros resplandores de amanecer y la helada ventisca del norte, se deja sentir, acudir a la primera misa llamada de Infantes de las 5 de la madrugada.

He oído musitar plegarias y “Ave Marías” en labios de los zaragozanos durante el lento transcurrir por las calles de Zaragoza de los “Rosarios de la Aurora”[3] y los cánticos de “... Virgen Santa, Madre mía, luz hermosa, claro día, que la tierra aragonesa, te dignaste visitar...” se confunden con el voltear de campanas y el batir de alas de centenares palomas que han buscado cobijo en los aleros y hornacinas del templo.

He observado como al amanecer en los paseos y jardines, miles y miles de pájaros levantan el vuelo y surcan el cielo, siempre en la misma dirección ¡El Pilar! ¿Podría ser acaso la proximidad del río lo que les lleva hacia allí? Podría.

He visto cubrir lechos de moribundos con los mantos viajeros de la Virgen, esos mantos que rodean su columna y que han dado a la imagen su característica fisonomía. Durante toda la vida los hijos visitaron a la Madre, y en los postreros momentos la Madre está con sus hijos.

He visto a las novias cubiertas todavía de boda depositar a los pies de la Imagen sus ramos de desposadas.

He visto millares de personas apiñadas en la Plaza de la Catedrales, junto a la Basílica, en aquella clausura del II Congreso Mariano Nacional de 1954 en el que S.S. Pío XII en su radiomensaje decía desde el Vaticano. “... y tu ¡Oh, Zaragoza! serás grande sobre todo por esa columna...”

He visto fieles con ojos anegados por el llanto encender con trémulas manos cirios que luego tienen que sostener aunque sólo sea para que luzcan unos minutos, pues no hay sitio en los candelabros. Hoy estos han desaparecido y en su lugar delante de la Virgen hay una hilera de candeleros, pero el humo de millares de cirios encendidos que durante años han lucido, ha llegado a ennegrecer la bóveda de la Angélica Capilla. Se impone una restauración.

He visto millares de niños subir las gradas el Camerino de la Virgen para besar el manto, acompañados de esos monaguillos a quien el apelativo cariñoso de los zaragozanos les llama “infanticos”. Suben los escalones siempre de cara a la Virgen a quien en ninguna época del año le han de faltar flores.

He visto filas interminables de files en el trasaltar de la Santa Capilla, por donde asoma una pequeña parte de la Santa Columna, besar con devoción, mas bien diría con unción, la reliquia. Y a tal punto, que en el sitio que se halla al descubierto le falta un trozo de unos 3 cm. de espesor. ¿Dónde ha ido a parar? Yo os lo diré. Millares y millares de besos lo robaron con su roce. Millares y millares de zaragozanos lo llevan en sus labios como algo que por derechos les pertenece.

ANTECEDENTES DEL AÑO MARIANO INTERNACIONAL

El día 1 de abril de 1972, el Arzobispo de Zaragoza. Monseñor D. Pedro Cantero Cuadrado publicaba una pastoral en la que decía “... teniendo en cuenta las santas tradiciones de nuestros mayores me ha parecido necesario en la hora actual de la Iglesia, convocar de nuevo a los hijos para que se acerquen y unan en torno a la Madre de Dios. Renueven su fe, su esperanza y su amor junto al Pilar de la Virgen”. S.S. Pablo VI el 1 de mayo de año anterior se había dirigido a los directores de los Santuarios Marianos para que exhortasen la práctica de la piedad a la Virgen. Tres meses más tarde en agosto de 1971, se celebraba en Zagreb, La capital de Croacia en Yugoslavia y en el Santuario de Marija Bistrica el VI Congreso internacional de Marianologia y el XIII Congreso Mariano

AÑO MARIANO EN ZARAGOZA

          El 10 de Octubre de 1972 coincidiendo con el centenario de la consagración del Templo del Pilar, da comienzo en Zaragoza el “Año del Pilar”. A la Misa solemne de inauguración de este Jubileo Mariano, oficiada por el Cardenal Presidente de la Conferencia Episcopal Española, Monseñor Enrique y Tarancón, asiste el Episcopado español. Rebosan de fieles las naves que hace 100 años fueron abiertas al público. La Imagen de la Virgen, radiante, luce la gran corona y viste el rico manto de Filipinas. Mientras la coral interpreta las austeras notas, aunque no exentas de ternura, de la Misa Pontifical de Lorenzo Perosi.

Aquel mismo día, llega a Zaragoza la peregrinación de imágenes de los Santuarios de Aragón y unas semanas más tarde, comienza el Congreso de estudios marianos y la semana Bíblica. Durante los meses siguientes, la ciudad de Zaragoza es testigo de constantes peregrinaciones que llegan de toda España y de muchos lugares del mundo, a las que se unen, durante el mes de julio, los fieles norteamericanos de The Blue Army of our Lady of Fátima, desde Washington. Porque la Virgen del Pilar en cada pueblo de España tiene un altar; en cada altar, miles de corazones que le aman, miles de voces que la proclaman, miles de españoles que la veneran y miles de hijos que le cantan. Y en todo el mundo desde Astrakán, hasta el río Azul en China, pasando por Filipinas y Japón, miles de católicos que le rinden diario homenaje.

Cuando el 19 de Octubre de 1973 se clausura el Año Mariano, la Virgen del Pilar recibe el ardiente homenaje de esta España, cien por cien mariana, que con la luz de la fe recibió hace cerca de dos milenios años el tesoro de la devoción de la que es Patrona de España y Reina de la Hispanidad. Pues América y España están unidas en este Pilar. Hoy, delante de la Santa Capilla, como haciendo guardia de honor están las banderas multicolores de todas las naciones hispanoamericanas que en 1908 con ocasión del centenario de los Sitios de Zaragoza[4], fueron ofrecidas por las autoridades diplomáticas de sus respectivos países.

         Y en tanto, Zaragoza sigue recibiendo el constante mensaje de fe, y la Virgen del Pilar el popular homenaje de este pueblo que la aclama y la bendice, pues no sin razón sabe que su favor jamás le ha de faltar, y ahora y siempre, su devoción ha impulsado sus obras, alienta su alma, enciente su mente y fortalece su corazón hasta que un día como a decir del poeta,

“...le arrastre y le arrebate a las alturas

con Ella, junto al Trono del Señor”

Desde Zaragoza, la Ciudad del Pilar, para

The Blue Army of our Lady of Fátima.

Ramón Marzal García


[1] Mozarabe.- Nombre dado a los cristianos que conservaron su religion durante el dominio arabe en España

[2] Saracosta.- Nombre de la Ciudad de Zaragoza, durante la dominación árabe

[3] Rosarios de la Aurora – Desfiles que en la madrugada del dia 12 de Octubre salen de diversas iglesias de Zaragoza, rezando el rosario con destino al Templo del Pilar.

[4] Sitios de Zaragoza – Cerco efectuado en 1808 por las tropas francesas de Napoleón, a la ciudad de Zaragoza, y en la que la Ciudad, por su valentía, se ganó uno de los 6 títulos que ostenta, el de “Inmortal”



EL SIQUIATRICO

EL SIQUIATRICO



(El presente relato está inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual bajo el tÍtulo genérico de "AL COMPÁS DE LA ILUSIÓN II".)

Obtuvo el Primer Premio en el "VIII CERTAMEN LITERARIO DE RELATO" de Ibercaja, en Zaragoza.


      Se extrañó tan pronto como entró por la puerta de los jardines. Al contrario de lo que era habitual en aquellas horas, éstos estaban vacíos. Ningún interno estaba paseando por los andadores entre los parterres.

     Aquella mañana, María José llegaba a su turno en el trabajo un poco más tarde de lo normal. En el porche se encontraban solamente un par de internos que se balanceaban sujetos a sus sillas de ruedas y babeaban debido a la medicación. Cuando llegó hasta la puerta del edificio, se encontró con el director del establecimiento que como de costumbre le prestaba un especial cuidado a un rosal trepador de rosas rojas que ascendía por el porche y se desparramaba junto al ventanal de su despacho. Jamás consentía que nadie lo cuidase. Él, personalmente, se ocupaba de podarlo y abonarlo, y únicamente le permitía al jardinero que lo regase cuando lo hacía al resto de los jardines del psiquiátrico, y eso siempre bajo su supervisión.

      –Buenos días Don Felipe –dijo la enfermera cuando pasó junto a él intentando no se diera cuenta que llegaba tarde a su turno.

      –Buenos días señorita. Es tarde –contestó el hombre sin apartar la vista del escardador que estaba empleando.

      María José era una enfermera contratada del Centro Psiquiátrico de la ciudad, y se ocupaba del pabellón de los no agresivos.

      Cuando diez minutos más tarde salió con la bata puesta hacia su lugar de trabajo, se encontró en la entrada con la Hermana María de la Consolación, una de las monjitas de la Comunidad de las Anas a cuyo cargo estaba el establecimiento.

      –¿Por qué no hay nadie fuera en los jardines con el buen día que hace? –dijo la enfermera.

      –El señor Director lo ha prohibido. Parece ser que ha encontrado estropeadas algunas de las plantas de los parterres. Tan pronto como ha llegado y sin verificar siquiera el parte de incidencias de la noche, se ha puesto a arreglar su rosal. Ha prohibido que hoy salgan al jardín, y algunos de los internos están algo alborotados.

      –Pues, buena mañana se nos espera.

      –Debería tener cuidado con Demetrio. Hoy está algo alterado, y no le faltaba más que no poder salir al jardín. Mírelo, por allí viene. Bueno, yo le dejo, es la única que se arregla con él –dijo la religiosa.

      La hermana María de la Consolación marchó hacia la enfermería, pues acababa de llegar el doctor, y María José siguió avanzando por el corredor donde veía llegar hacia ella a Demetrio.

      Demetrio era un enfermo que llevaba mucho tiempo en el psiquiátrico, pues aparte de su alteración síquica tenía una deformación física en los pies que le impedía correr, e incluso al andar lo hacía de una forma muy característica. Doblaba su pie izquierdo hacia afuera casi 90º y el derecho, al no poder doblarlo, lo arrastraba de una forma muy característica. Su cabeza, algo torcida, y su boca siempre entreabierta dejaba al descubierto unos dientes negros y la mayoría podridos. Sin embargo, María José había observado durante meses al hombre, e intuía que en su mente, aunque a veces ausente, había cierta ternura que no podía expresar. Al pasar junto a Demetrio, la enfermera le dijo familiarmente:

      –Buenos días Demetrio –a lo que éste contestó de la forma acostumbrada.

      –¡Putaaa...!

       María José sonrió y siguió su camino hacia la sala del fondo.

      Comprobó que efectivamente, estaban todos bastante alborotados quizás porque no les dejaban salir al jardín, aunque a muchos de ellos no les importaba porque de nada se daban cuenta. Los había algo alterados que no paraban de llamar por su nombre a alguien que debían de llevar en su recuerdo. Había silenciosos con la mirada ausente y su mente perdida en no sé que secretos pensamientos. Se dejaban llevar de un sitio para otro en un continuo ir y venir a través de la sala. Otros, aparentemente serenos, permanecían en una butaca de mimbre dejando transcurrir las horas. Algunos, los menos, conversaban; conversaciones a veces incoherentes. Otros imaginativos, pero parecían felices porque creían realidad las fantasías que en su demencia llegaban a imaginar.

      María José iba de un sitio para otro intentando contestar a las preguntas incoherentes de algunos y a las soeces impertinencias de los menos, pero siempre intentaba ayudar a todos. La señorita María José, como algunos le decían, era apreciada por todos los internos. Muchos de ellos, con disimulo, miraban el reloj de la sala cuando se aproximaba la hora de la entrada del turno de la enfermera. Otros, todas las mañanas, preguntaban constantemente la hora a la monjita o a la auxiliar más cercana. A todos los empleados les extrañaba la obsesiva manía de los internos de aquel pabellón por saber la hora precisamente a principios de la mañana. Les pasaba desapercibido que la hora ya no les importaba cuando María José entraba con su bata blanca saludando a todos en el pabellón.

      Al día siguiente, los internos volvieron a salir al jardín. El Director reunió al personal y les dijo que deberían aumentar su vigilancia para que ningún interno volviera a dañar los parterres que acababa de replantar el jardinero y, mucho menos, aproximarse al rosal trepador de rosas rojas que bordeaba el ventanal de su despacho y al que las monjitas habían bautizado como “El orgullo de Dirección”.

      A principios de la semana siguiente, los jardines volvieron a estar estropeados. La mayoría de las internas lucían en sus bolsillos o en los ojales de sus batas las coloridas begonias que arrancaban sin ningún cuidado. Una enferma que había ingresado hacía solamente unas semanas, y a la que el personal, entre ellos, apodaban “la bizca” por un ligero estrabismo que tenía en el ojo izquierdo, también había cogido su trofeo, y semiocultaba en los bolsillos de su bata las hojas verdes de unos lirios. La mayoría sólo los cogían imitando la acción de algunos de sus compañeros.

      La llegada aquel día del director se recordaría en el siquiátrico por muchos años. Volvió a reunir al personal y les dijo que hasta nueva orden los internos permanecerían en la sala sin salir a los jardines. La Superiora de la Orden quiso hacer entender al director lo problemático de aquella decisión, sobre todo en aquella época del año.

      –No intente convencerme, Madre –fue la adusta y acalorada respuesta–. Hasta nueva orden no se saldrá a los jardines.

      Y marchó para comprobar una vez más, que su rosal no hubiera sido tocado. Afortunadamente no pareció que hubiese sufrido daño alguno. Don Felipe quiso entender que el rosal no había sido dañado porque los internos sabían que era su preferido, y lo duro que podría ser el señor director si lo estropeaban. En realidad, no había sido tocado porque las espinas rodeaban a las rosas.

      María José se las arreglo para que de nuevo, durante su turno, pudiera haber calma en todo el pabellón. Demetrio estaba empeñado en verter por el suelo todo el agua sobrante de aquel vaso de plástico que les daban.

      –Demetrio, cariño, ¿por qué tiras el agua? –le decía María José, a lo que él impertérrito, siempre contestaba lo mismo –¡Putaaa...!

      –Bueno, toma un poco más y me llevaré el vaso. Cuándo quiera más, me lo dices–.

      Y solícita, le volvió a llenar hasta la mitad el vaso, y enseguida se lo quitó antes que, de nuevo, vertiese el agua sobrante.

      Dos días después, y ante los problemas que no paraban de surgir en el pabellón, el Director levantó la prohibición de salir al exterior, pero dijo al personal que tendrían que salir por turnos para poder controlarlos mejor.

      Una mañana, María José estaba atendiendo a un interno que debía ir a la enfermería cuando la hermana María de la Consolación le comunicó que el Director quería verla en su despacho.

      Media hora más tarde cuando volvió a salir todo era diferente. El Director le había comunicado que había finalizado su contrato de trabajo, pues la enfermera a la que estaba sustituyendo en la baja por maternidad se incorporaba de nuevo. María José cesaría a partir de primeros de mes, le dijo, eso sí, después del característico “Muy agradecidos por sus servicios...” o “Es Vd. muy buena en su trabajo, y si nos vuelve a hacer falta contaremos con Vd.” etc.

      La primera en enterarse fue la Hermana María de la Consolación que pasó la noticia al resto del personal a medida que los veía.

      A los internos nada se les dijo. Por supuesto que algunos de ellos de nada se darían cuenta, pero en la sala de Hermanas sabían que aquello alteraría en gran parte a los internos del pabellón, pues María José había sabido granjearse el afecto e todos. Ella tampoco quiso decir nada, pero a pesar de su prudencia, nadie supo por donde, la noticia se filtró a los más despiertos, y éstos, a su manera, se encargaron de hacérselo saber al resto de los internos.

      Los días que faltaban hasta el final de mes, fecha en que finalizaba el contrato de María José, pasaron rápidos. Los incidentes en el jardín cesaron, y en aquella época del año parecía que, con el correspondiente cuidado del jardinero, los parterres volvieron a todo su esplendor. Incluso “El Orgullo de Dirección” pareció dar más rosas que de costumbre, y desde el despacho del Director se podía contemplar aquel inigualable marco que festonaba el ventanal.

      El último día de su trabajo María José se pasó por el pabellón, e hizo su última inspección, luego fue besando a todos y cada uno de los internos a su cargo, pero no les dijo nada. Sabía que, posiblemente, al día siguiente le echarían en falta pero al cabo de una semana sus desvaídas mentes le habrían olvidado. Pasó a despedirse de las monjitas y del resto de sus compañeras. La Superiora sacó, nadie supo de donde, una botella de jerez y desearon buena suerte a María José. Algunas de sus compañeras, incluida la Hermana María de la Consolación dejaron asomar alguna lágrima.

      Se cambió de ropa y salió para marcharse. Intentó despedirse del Director, pero éste, curiosamente, había tenido que salir a mitad de la mañana, y todavía no había regresado.

      Cuando llegó al jardín se sorprendió. Encontró los parterres completamente destrozados. Pensó, en principio, que el jardinero los estaría renovando pero se podía ver todo completamente arrancado y pisado. Le extrañó, pero siguió su camino por el andador; hasta la puerta de la verja del exterior. Cuando llegó se quedó completamente paralizada. Casi todos los internos de su pabellón se encontraban allí esperándola. Todos llevaban flores en la mano, lilas, begonias, geranios. María José hizo un esfuerzo por ocultar las lágrimas. Abrazó a cado uno de ellos. La “bizca” quizá no había podido coger ninguna, pero en su mano llevaba un abundante matojo de césped, que entrego a la enfermera cuando ésta llegó a ella y la besó. Muchos de los que estaban allí, posiblemente no sabían porqué, simplemente habían sido convencidos por los más despiertos, pero a ella le daba igual.

      María José besó a los últimos y cuando ya iba a salir por la verja oyó un grito a lo lejos. Por el andador de grava llegaba Demetrio corriendo a su manera. Cojeaba y arrastrando como podía su pie derecho, gritaba:

      –¡Puta!, ¡Putaaa!, ¡Puuutaaaa....!

     Llegó hasta la enfermera, ocultaba su mano derecha en la espalda y la mano izquierda sangraba abundantemente, al igual que sus labios y los alrededores de la boca

      –¡Pero cariño! ¿Qué te ha pasado? –dijo ella, e intento limpiarle con su pañuelo la sangre de su rostro. Los profundos ojos de Demetrio se llenaron de lágrimas que al deslizarse por sus mejillas se confundieron con la sangre de sus labios. La enfermera nunca había visto llorar a Demetrio, lo abrazó y lo besó. Él abrió su boca luciendo unos dientes negros y podridos y con un candor como María José nunca había visto, dijo sonriendo:

      –¡Puuutaaaa....!

      Y entonces sacó su mano derecha de detrás de la espalda; estaba también sangrando. Llevaba un enorme ramo de rosas rojas que acababa de arrancar con sus propias manos y a mordiscos del rosal trepador que hasta entonces había sido “El orgullo de Dirección”.


©Ramón Marzal



Para valorar este blog, pinchar dentro de NARRATIVA RAMON MARZAL GARCIA.


ir a INICIO